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Retratos del Molino

Es un día lluvioso y frío, el último viernes de junio. Son casi las cuatro de la tarde y el tránsito en la intersección de Rivadavia y Callao es intenso. El Congreso de la Nación se alza imponente; aún en un día tan gris, sobresale su cúpula verde. Justo enfrente, tapado con andamios y casi invisible a la vista de los transeúntes acostumbrados a pasar por la zona, está la antigua Confitería del Molino: oscura, casi fantasmal, una perfecta mansión embrujada de película. Encuentro la puerta sobre Rivadavia y entro en un pequeño hall de paredes y columnas de mármol. Del otro lado de una puerta de vidrio, un hombre de seguridad me hace una seña para que entre y me acredite junto a un grupo de personas que también espera para ingresar.   A través de un hueco en la pared todavía en obra, entramos al hall central. El techo es alto, las columnas también son de mármol y una inmensa lámpara de vidrio ilumina el salón semivacío donde solía funcionar la confitería y donde hoy s

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