Retratos del Molino







Es un día lluvioso y frío, el último viernes de junio. Son casi las cuatro de la tarde y el tránsito en la intersección de Rivadavia y Callao es intenso. El Congreso de la Nación se alza imponente; aún en un día tan gris, sobresale su cúpula verde. Justo enfrente, tapado con andamios y casi invisible a la vista de los transeúntes acostumbrados a pasar por la zona, está la antigua Confitería del Molino: oscura, casi fantasmal, una perfecta mansión embrujada de película.
Encuentro la puerta sobre Rivadavia y entro en un pequeño hall de paredes y columnas de mármol. Del otro lado de una puerta de vidrio, un hombre de seguridad me hace una seña para que entre y me acredite junto a un grupo de personas que también espera para ingresar.  A través de un hueco en la pared todavía en obra, entramos al hall central. El techo es alto, las columnas también son de mármol y una inmensa lámpara de vidrio ilumina el salón semivacío donde solía funcionar la confitería y donde hoy solo quedan vitrinas vacías, polvo y escombros de lo que solía ser el mostrador donde se atendía a los clientes.
Los albañiles van y vienen, al igual que miembros del equipo de Patrimonio del Congreso de la Nación, entidad a la que pertenece el edificio del Molino desde 2014. Aunque el edificio está en obra y continuará estándolo mucho tiempo más  en ciertas ocasiones se abren sus puertas para que los porteños puedan visitar el edificio emblemático que permaneció abandonado y cerrado por 20 años. En este caso, se trata de una invitación a dibujar dentro del Molino coordinada por la ilustradora Josefina Jolly.
Libreta en mano, los 25 dibujantes que aplicaron a la convocatoria recorren el lugar extasiados mientras buscan un rincón donde sentarse a retratar el mítico monumento. En sus mejores años, pasaron por allí personalidades como Alfredo Palacios, Lisandro de la Torre, Leopoldo Lugones, Carlos Gardel, Oliverio Girondo, Roberto Arlt, Niní Marshall, Libertad Lamarque y Eva Perón. Si bien en el edificio queda poco de ese pasado, entre los vitrales restaurados y las baldosas floreadas se puede descubrir cierto brillo de antaño. “Nunca había entrado al Molino, aunque sí había pasado con el colectivo muchas veces y me daba intriga. Cuando vi que lo estaban arreglando enseguida quise ver cómo estaba por dentro”, relata Ana Laura, una ilustradora de 32 años, que eligió dibujar la majestuosa escalera que conectaba el Salón de Baile con la Confitería.  Como ella, son varios los que no habían puesto un pie en el Molino ni siquiera cuando aún funcionaba.
Clausurado y abandonado desde 1997, la Confitería del Molino fue expropiada en 2014 pero recién en julio de 2018 se tomó posesión y se comenzó con las tareas de restauración. Cuenta con cinco pisos y tres subsuelos, dos de ellos cubiertos completamente de agua, lo que implicó que se contratara un buzo para certificar que las estructuras podían mantener aquel edificio en pie. Pero el ícono del Art Noveau porteño logró sobrevivir el paso del tiempo gracias a la fortaleza de su estructura erguida en 1916.
“El edificio es un valor patrimonial no solo por su arquitectura sino por la gastronomía, el color, los personajes que pasaron por acá que van desde Gardel a Borges o hasta Madonna que hace un poco más de 20 años filmó un videoclip", explica Paloma Sánchez, encargada de la comunicación del edificio, antes de que empiece formalmente la actividad. Eventos, cumpleaños, casamientos: en sus épocas de gloria, la Confitería del Molino fue parte de la historia de la Ciudad. Llegó a tener 250 empleados, y la cola para comprar su tradicional pan dulce solía llegar hasta la vereda. Pero el postre destacado siempre fue Leguisamo, nombrado por Carlos Gardel, cliente fiel, quien le encargó al dueño una torta en homenaje a su amigo Irineo Leguisamo. 
Si bien aún no hay fecha para su apertura, el plan de acción que se está llevando incluye la próxima recuperación de la fachada, la restauración de la azotea y la cúpula, y la recuperación de la confitería y del salón de baile que estarían listos este año. "Los tres destinos que la ley establece que debería tener el edificio una vez restaurado son: que la confitería vuelva a funcionar con una concesión que, además de sostener el trabajo que implica un mantenimiento de estas características, mantenga la carta histórica, así como el ambiente y el servicio que se brindaba en las mejores épocas; un centro cultural y un museo. La idea es que sea una experiencia cultural”, sintetiza Sánchez.
Hace frío y el piso está helado, pero eso no detiene a los dibujantes, que se sientan y aprovechan las columnas para apoyar la espalda. Unas señoras mayores, previendo la situación, trajeron unas sillas plegables. Hay café para servirse y agua caliente para el mate. De fondo suena la música de una lista colaborativa en Spotify creada especialmente para la ocasión. Biromes, lápices, crayones, y hasta tablets: todo soporte es válido a lo hora de retratar el Molino.  "Hace rato que quería visitar la confitería y a mí me gusta mucho dibujar en lugares, entonces una amiga vio la movida y me avisó. Soy socióloga pero dibujo como hobbie", relata Florencia, de 28 años, que eligió como modelo uno de los 40 vitrales del edificio. Muchos de ellos cuentan historias y hasta incluyen escenas de Don Quijote de la Mancha.
Entre las participantes de la actividad está Clara Gianotti, bisnieta de Francisco Gianotti, el arquitecto a cargo de la obra del Molino y de la Galería Güemes, entre otros edificios. "En mi casa siempre se habló del Molino, pero hasta que no entré, no dimensioné lo que era. En casa tenemos los libros y cuadros hechos con los planos del Molino, son imágenes que acompañaron mi infancia. Pero es distinto verlo que vivirlo”, cuenta Clara, diseñadora gráfica, de 30 años.  "Me daba mucha impotencia verlo cerrado y mucha tristeza cuando en un momento se hablaba de tirarlo abajo. Con mi familia vinimos hace un par de semanas y recorrimos todo el edificio con mis papás, mi hermano, mi novio. Fue muy emocionante. No nos esperábamos que fuera tan movilizante y que el lugar iba a ser tan imponente. Que lo haya hecho alguien de tu familia te llena de orgullo", destaca, mientras se concentra en representar una lámpara esférica de vitraux con un lápiz negro.
Sentada en el piso del hall, muy concentrada dibujando, está Josefina Jolly, ilustradora y organizadora de la actividad. "No es una clase de dibujo, los que se anotan generalmente tienen algo de idea pero si no igual vienen con sus cuadernos y experimentan, total nadie les va a decir nada, se trata de registrar desde tu punto de vista y tus características el lugar donde estás. No hay una consigna y termina siendo la visión de cada uno. Estamos en el mismo lugar, en el mismo momento y con los mismos materiales pero los dibujos son todos distintos", explica Jolly.
A las cinco de la tarde se organiza una visita al primer piso, donde se encuentra el Salón de Baile, próximo a inaugurarse. Todos dejan sus dibujos de lado y se dirigen a la escalera de madera, llena de polvo por la obra. Si bien están cubiertas por una lona y dos andamios, se pueden observar intactas las columnas revestidas en mármol de carrara que el arquitecto Francisco Gianotti hizo traer en barco junto con puertas, ventanas, herrajes, cerámicas, lámparas y cristalería.
Una hora después, la actividad llega a su fin. Quienes deseen pueden dejar sus dibujos para que sean expuestos próximamente en el evento por el aniversario 103 del Molino.  Sin fecha de apertura definitiva, quedará esperar a que la mítica confitería, escenario de hechos históricos y pequeñas historias personales, vuelva a abrir sus puertas. Esta vez a todos los que quieran entrar.
                                                                                                               Guadalupe Sánchez Granel

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