El que escuchó hablar al río, por Irina Bondarenco
A los 14 años, en un
aula del Colegio Nacional de Mercedes, Nicolás “Rolo” Capaccio tuvo un
encuentro que cambiaría su vida. La profesora de Literatura le pidió que leyera
“A la deriva” de un tal Horacio
Quiroga, entonces un autor desconocido para él. Apenas abrió el libro, algo se
encendió. El vuelo de los guacamayos sobre el río Paraná, la atmósfera espesa
del monte, las visiones del delta, se alojaron en su memoria sin que jamás
hubiera visto un guacamayo en la vida real. Años más tarde, parado frente a los
ríos y los cielos del Alto Paraná, Capaccio reconocería en ellos las postales
que su imaginación había construido gracias a Quiroga. En esa coincidencia
entre lo leído y lo vivido empezó a gestarse una conexión más profunda, que
trascendería la literatura.
Pero antes de ese
reconocimiento, hubo otra imagen que sembró la curiosidad: la de un pescador
con dorados recién capturados, impresa en una vieja revista y enmarcada por su
padre. Esa fotografía lo acompañó desde la infancia, una escena quieta que hablaba
de otro mundo, de un río ancho, desconocido, magnético. No sabía que ese lugar
lo esperaba.
En 1975, en medio de
una crisis personal tras separarse de la madre de su hijo, Capaccio llegó a
Misiones casi por accidente. Un amigo que vivía en San Vicente le ofreció
alojamiento y le sugirió postularse como docente en el Bachillerato Laboral
Polivalente N.º 17, recién inaugurado. Lo contrataron sin mayores trámites.
Enseñó Historia y una materia llamada “Estudio
de la Realidad Social Argentina”. Así comenzó su vínculo concreto con
Misiones, una provincia que lo transformaría para siempre.
Al principio vivió en
casa de su amigo. Recorrió las Cataratas, visitó la casa de Quiroga, entonces
abandonada, y sintió, desde esa casa en ruinas, la fuerza del paisaje. Vio el
Paraná desde la misma altura en que lo había imaginado. Entendió que leer a
Quiroga era una cosa, pero habitar sus escenarios era otra completamente
distinta. El descubrimiento de que el autor no escribía sobre las postales más
evidentes, las ruinas jesuíticas, las cataratas, sino que prefería internarse
en lo salvaje, en lo no domesticado, fascinó a Capaccio. Esa elección literaria
se volvió también una elección de vida.
Su integración en la
comunidad misionera fue tan inesperada como natural. Estableció lazos fuertes
con sus alumnos, al punto de acompañar a la primera promoción del colegio en su
viaje de egresados a Bariloche en 1978. Para esos jóvenes, muchos de los cuales
nunca habían salido de San Vicente, fue un viaje revelador. Para él, una confirmación:
estaba donde tenía que estar. También se hizo amigo del médico local, cuya casa
funcionaba como consultorio y sala de partos, y fue entrando en una red de
afectos y encuentros que lo arraigaron a la tierra colorada.
Con el tiempo, su
compromiso con la cultura misionera se volvió vocación. Un guión audiovisual
suyo tuvo una gran circulación y lo llevó a ser convocado por el Ministerio de
Turismo y el gobierno provincial para escribir el libreto de un espectáculo de
luz y sonido en las ruinas de San Ignacio. Entre 1986 y 1987, pasó noches
enteras en las ruinas, trabajando, pero también escuchando. Allí nació Aquí fue, una guía literaria que rastrea
los lugares mencionados por Quiroga. Publicada en 1998, esa obra se había
empezado a escribir una década antes, entre ruinas, sombras y relatos.
Pero su producción no
se detuvo ahí. Capaccio es autor de Pobres
ausentes y recién venidos (1995) y Sumido
en verde temblor (1998), además de haber colaborado en compilaciones y
proyectos educativos y culturales. En 2010 coescribió Misiones Mágica y Trágica junto a Rosita Escalada Salvo y, en 2012,
publicó el libro infantil Un cuento de
madera, ilustrado por su hijo, Gabriel Capaccio. Cada uno de estos trabajos
lleva la impronta de quien no escribe desde afuera, sino desde dentro del
monte, desde la experiencia vivida.
Tras el éxito del
espectáculo en San Ignacio, fue convocado para intervenir la casa museo de
Quiroga. El guión original, escrito por una autora argentina, fue reemplazado
por uno suyo, más cercano, más emotivo. Ideó un circuito sonoro con estaciones
clave, que permitiera al visitante, aunque no supiera nada de Quiroga, conectar
con el entorno, con la historia, con una emoción. Incorporó un espacio de
meditación, diseñó los tiempos del recorrido, pensó en el ritmo como quien
compone una partitura narrativa.
Todo ese trabajo,
tanto literario como docente, parte de una certeza: vivir en el interior de
Misiones marcó su vida profundamente. Y su obra, entre ensayo, crónica y
ficción, no hace otra cosa que contarlo una y otra vez, como quien vuelve al
mismo río, sabiendo que nunca es el mismo.
Capaccio dice que su
vida estuvo guiada por conexiones fortuitas, por decisiones ajenas que le
abrieron caminos. Pero acaso haya algo más que azar en ese recorrido: la disposición
a escuchar lo que el paisaje tiene para decir. Como Quiroga, eligió no lo
evidente sino lo oculto. Como los personajes de sus cuentos, se dejó arrastrar
por una corriente más fuerte que él. Y, en ese viaje, aprendió a escribir desde
el monte, desde el río, desde un temblor verde que todavía lo habita.


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