Recital con palosanto: crónica de una magdalena olfativa


Amaneció a -2 grados, que frío de mierda pensé, ya tengo expresiones argentinas en mi cabeza a pesar de solo llevar tres meses viviendo en La Plata; y no es que supiera con exactitud que estábamos a esa temperatura ¿Quién podría tenerlo tan claro? Fue el celular quien me avisó que estábamos viviendo uno de los días más fríos de los últimos años y sin duda alguna el más frío que yo haya vivido.
Todas las mañanas es lo mismo: aplazar la alarma que suena, dar media vuelta, escuchar los chillidos del perro que tiene que salir, ponerse los zapatos, café y galletas, pasear al perro mientras reviso el celular: WhatsApp, saludar a mamá, borrar 200 mensajes de distintos grupos, poner música; salir a la calle, prender un cigarrillo, recoger la mierda del perro, abrir redes sociales: En Facebook se anunciaba un evento gratuito para ese día en La Plata: Los Cafres y Estelares se reunían para tocar en Flap (festivales de La Plata) en la plaza de las Malvinas. Debajo del flyer del evento cerca de 40 comentarios reflejaban en lo que se ha convertido esta red: la mitad de perfiles etiquetaba a sus “amigues” para ir al concierto y la otra mitad se quejaba de que el dinero del Estado se invirtiera en festivales y no en ayudar a las personas en situación de calle.
Nada, igual vamos, prendí el calentador para bañarme y me arreglé para ir a ver a Los Cafres. Dejé al perro ladrándole al ascensor desde adentro del apartamento y recordé que la primera vez que vi al grupo argentino tocar en vivo había sido en un Rock Al Parque en Bogotá. Pensé si iba a ser como un festival de música en mí ciudad, donde hay requisas a la entrada y un control policial fuerte que le hace pensar a uno que está cometiendo algún delito. Sin embargo, decidí igual llevarme los cigarrillos y el encendedor conmigo; si me los quitaban prefería no entrar y ver el concierto desde afuera, no podían cercar la plaza Malvinas.
Tomé la calle 44 recordando que en un comienzo empecé este viaje para ver de cerca como se había forjado el rock argentino y conocer cómo se vive en el país. Hasta ahora había visto a los auténticos decadentes en el Coliseo Podestá y a Kapanga; mi mayor sorpresa fue ver a menores de edad en el concierto, y no hablo de jóvenes de 15 años, hablo literalmente de niños entrando a ver su primer recital de rock. Bogotá, a pesar de contar con una muy importante agenda de conciertos, sufre por una ley que decreta que en cualquier lugar en el que se venda alcohol queda prohibido el ingreso de menores de edad.  Esto sumado a la falta de lugares genera que sea casi imposible llevar a un niño a ver un grupo tocar. Aún tenemos mucho que aprender.
Cuando llegué a plaza Malvinas apenas podía sacar las manos de los bolsillos, la ola polar que sacudía al país castigaba mi desconocimiento del invierno y la estúpida decisión de no llevar puestos guantes. Por otro lado, vi agradecido que no había ningún sitio de requisa y el show era totalmente a campo abierto, es más ni siquiera parecía un concierto de rock, a pesar de tener una tarima y el puesto de control de sonido, lo que rodeaba las inmediaciones del parque eran cientos de personas con sus perros sentados en círculos y compartiendo un mate. Al lado mío pasaban pequeños jugando a la pelota prestando poca atención a la tarima.
Entre los grupitos de personas muchos fumaban, con poca importancia de si al lado tenían algún pequeño. Nadie se quejaba de esto. Otros jugaban cartas y la mayoría llevaba chaquetas grandes con escudos de Gimnasia y Estudiantes; a diferencia de lo que se podría haber creído nadie increpaba al otro por esto; la violencia del fútbol de la que tanto se habla parece limitarse a solo algún tonto grupo de personas que aún no aprenden a convivir en sociedad. Los grupos más jóvenes gastaban su tiempo en tomar fotografías para redes sociales y fumar algún faso. Pocos olores me recuerdan tanto los conciertos como ése, parece que vinieran juntos, no puedes estar en un concierto de rock y no sentir olor a marihuana, ya hace parte de toda la experiencia.
Eran cerca de las 6 cuando Los Cafres salieron al escenario, liderados por Guillermo Bonetto tenían la difícil misión de poner a bailar a cerca de 500 personas que se encontraban en la plaza Malvinas. A los lados del escenario los pequeños se subían en árboles y paradas de autobús para tener una mejor vista de lo que ocurría en el escenario. Otros preferían los hombros de sus padres para alcanzar una altura que les permitiera experimentar con visión preferencial el escenario. Frente a mí dos chicas sacaban su celular mientras coreaban cada canción que tocaban los argentinos. Ambas tenían pañuelos verdes y transmitían para sus seguidores en Instagram.  Cada vez que uno se unía al video se decían en secreto quién era y reían de las historias que ocurrían entre ellos.
A pesar del frío la gente no dejaba su lugar. Muchos se atrevían a bailar, y Guillermo y la banda tocaban los éxitos que los han convertido en una de las principales bandas de Reggae del continente. Atrás de mí un joven le dijo a otro:
 Gol de Brasil, bolú.
No, ¡la puta que me parió! Igual la iban a ganar, estaba todo armado, la puta que los parió.
Acá todo es fútbol, cada niño que me crucé pateaba una pelota o llevaba una en los brazos, todos soñando con debutar en primera, todos emulando a las figuras de la televisión, muchos sueños, pocas oportunidades.
El show terminó cuando la noche ya estaba oscura, alrededor de la placita artesanos vendían accesorios, ropa, y palosanto. Cuando Fer, el esposo de mi madre, murió, ella prendía palosanto todos los días. Decía que la hacía sentir mejor. Yo estaba devastado y ese olor me recuerda inmediatamente aquellos momentos de tristeza. La revive. Ahora ese olor sumado al invierno me vuelve a generar una tristeza inaguantable. Nada, hay que caminar hasta la casa. Mañana será otro día.
                                                                                                                       
                                                                                                                            Juan David Trujillo

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