Hystórica en el domingo del apagón




La lluvia arreciaba desde hacía casi una semana, en un otoño que decidió descargar toda su furia a corto plazo. Poco se podía hacer, más que permanecer en casa. Para colmo el apagón masivo. Nos despertamos sin luz pero no fuimos los únicos: Uruguay, Brasil y Chile también.
Algunes flashearon apocalipsis hollywoodense y con lo que les quedaba de batería hicieron sus proclamas en las redes sociales. En cambio, a mí me preocupaba no quedarme sin agua en el inodoro. Mi departamentito alquilado goza de los “beneficios” de las construcciones rápidas: todo es eléctrico, todo ridícula e inserviblemente eléctrico.
Con mis pocos recursos para resolver dramas cotidianos saqué un balde al patio para acopiar agua de lluvia. Mientras escribo estas líneas reparo, nuevamente, en la estupidez de ese gesto.
Las inclemencias del tiempo desarmaban planes dominicales desde el día anterior. Pero esta noche no podía cancelar, ya tenía las entradas. Mejor, pensé: mucho tiempo encerrada me pone de mal humor.
A pesar del agua y el enchastre, el plan era prometedor, no sabía nada de la vida de Heliogábolo, así que los días anteriores busqué data sobre su historia. Quería leer el ensayo de Artaud Heliogábolo o el anarquista coronado pero no aparecía on-line.
Las historias cuentan que vivió entre los años 203 a 222 d.C, que asumió el imperio de Roma  a los catorce años y murió asesinado a los dieciocho como resultado de una traición familiar y de la brutalidad de la policía de su tiempo. Hasta allí, nada excepcional.
Pero su muerte llega de la forma más abyecta: embadurnado en la mierda de los baños públicos intentando esconderse de los soldados pretorianos quienes, finalmente, lo atraparon junto a su madre. Ambos son violados mientras que les arrancan partes de su cuerpo en una última orgía de sangre y excrementos. Esta saña se remonta a su breve reinado en el que el joven Heliogábalo convirtió a un grupo de mujeres en senadoras, eligió a sus ministros por el tamaño de sus penes, se casó con un esclavo y asumió él mismo el rol pasivo de la esposa. A su vez, se travestía y prostituía y brindaba consejos a las putas para un mejor desempeño en la ars erótica. Fue pontífice del dios El Gabal (dios del Sol) y legisló su adoración obligatoria en toda Roma. Dicen que entre fiestas y orgias fue amado por su pueblo y que las lágrimas de sus adoradores corrieron mucho tiempo después de su muerte a pesar de la proscripción del estado romano.
Hasta aquí casi todo el Rialismo mágico de su historia.
La función empezaba a las 20:00 en el Margarita Xirgu ubicado en el barrio de San Telmo. La obra se titulaba Hystorica una adaptación de la obra de Antonin Artaud del joven director Ramiro Guggiari. En la página web del teatro aparecían estas líneas que adelantaban la puesta en escena de la historia: “se inspira en referencias que hacen pensar en la transexualidad como conceptos políticos. La edad dorada de los bailes drags de los 80s, el voguing, el ball (baile-desfile), Lamborghini, el rap, el hip hop y el nombre, que se tomó de la canción Histórika de Sara Hebe”.
Salí tarde (como siempre) y apelé nuevamente a la estupidez intentando conseguir un remís con poco tiempo un día de lluvia. Fue imposible. Volví a mi casa por la SUBE pero con la firme intención de que un poco de terrorismo moral haría que mi pareja me llevara en auto hasta el teatro. Así fue y llegue cinco minutos antes de la función,  no sin antes apreciar que la luz funcionaba en CABA sólo para detener nuestra marcha con múltiples semáforos rojos, aunque a unas cuadras del teatro seguían sin luz y la noche era oscura y estaba llena de terrores.
Mi amiga Griselda me esperaba en la fila, entradas en mano, rodeada de jóvenes que eran una selección del mejor estilo Púan, Sociales, UNA y cualquier centro cultural hippie-bolche-disidente. Nuestra conversación se inició con el tema obligatorio de la jornada: el apagón; pasó por la lluvia y terminó en la identidad de género de une de les asistentes cuando las puertas de la sala se abrieron de par en par.
La atmósfera de la sala parecía emular un prostíbulo: luces tenues, humo, humedad, pétalos de flores que caían del palco, asientos dispuestos en forma de óvalo para un mejor aprovechamiento del espacio que funcionaba como una continuidad del escenario, músicos en vivo y parte del elenco ya dispuesto en escena contorneando poses en cámara lenta como en el videoclip Vogue.
Se percibía que la puesta en escena incluía la participación del público lo que determinó a mi acompañante a sugerirme la segunda fila.
La obra se dividió en cuatro actos en los se retrataban los inicios, el ascenso, el reinado y la muerte de Heliogábolo. Algunos actores encarnaban varios personajes a la vez. Menos Heliogábolo, esa reina dorada y totalitaria, seductora y peligrosamente consciente de sus encantos, ese cuerpo que concentraba todas las miradas, lamido por pinturas doradas y purpurina, terso, firme, joven, erótico.
En poco más de una hora se resolvió la historia (más tiempo hubiese resultado innecesario). La música en vivo marcaba los ritmos y potenciaba la trama. El hip-hop y el reggaeton se mezclaron con sonidos clásicos. El repertorio de actualidad incluyó guiños del panorama político y la contienda electoral, y se aggiornaron reminiscencias al populismo latinoamericano: se exhortó al pueblo a agarrar el pico y la pala, circularon las frases “no vuelven más” y “se les acabó la fiesta”… Porque a pesar del registro amoral, como espectadores no podíamos sacudirnos esa moraleja siempre presente que nos advierte que la fiesta del pueblo como la de las reinas trabas es siempre corta y las más de la veces termina teñida de rojo sangre.
El espectador era partícipe de esos códigos y se percibía una comunión de sentidos que muchas incitaba aplausos espontáneos.
El final llegó con un reconocimiento sentido por parte de les espectadores que se repitió con la ya clásica reaparición de les actores en escena.
A la salida: la lluvia, siempre la lluvia. Pocas personas transitaban las calles de San Telmo, los bares estaban cerrados y los que estaban abiertos contaban con poco público. Decidimos encarar hacía Bolivar y dimos con El Federal, no había mucho que decidir: teníamos hambre. Nos sentamos en una mesita que habilitó una charla amena sin muchas pretensiones de intimidad. La atmósfera era cálida y el mozo le ponía la cuota necesaria de buena onda sin necesidad de caer en una impostura más pesada que la presión atmosférica de ese día.
Nuestra velada discurrió entre contexto nacional, actualidad de los movimientos feministas y vida académica. Poco se habló de la obra, el tema quedó cerrado rápidamente con un “es buena”, “duró el tiempo necesario”, “agradecí entender al toque de qué iba”, “la pasé bien”. Sin embargo, yo sabía que Heliogábolo al igual que la lluvia, me iba a acompañar durante unos cuántos días más: en el intento de contar su historia, examinar su vida o simplemente para cumplir con esta nota.
                                                                                                                               Florencia Podestá
(Imágenes extraídas del  Instagram oficial de Hystorika)

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