Aire de Tribu


“Me voy corriendo a ver,
            qué escribe en mi pared
            la tribu de mi calle”
            Patricio Rey y los Redonditos de ricota


La calle convoca. La radio convoca. Suenan las bandas en el barrio de Almagro.  Fiesta de FM LA TRIBU. Durante todo el día, cientos de personas concurren al Festival “#30 años encendida” para celebrar la continuidad de un proyecto cultural, alternativo, popular.
Hacia la noche, en el escenario iluminado por una pantalla LED, pasan La chilinga, Chocolate Remix y finalmente, la Delio Valdez.
“Porque la calle es nuestra, todos los días, a toda hora, porque no se clausura (…)  En donde hace un tiempo se hacían las mejores fiestas de año nuevo, lxs invitamos para volver a encontrarnos”, decía la convocatoria.
Ahí estamos.
Desde el comienzo.

Separador 1: “Último refugio del Tercer Mundo”
Octubre o noviembre de 1989. Gascón al 500, Barrio de Almagro. La consigna era tocar el timbre del portero eléctrico y anunciar: “venimos al taller”. Nunca mencionar la palabra radio. Una vez en el departamento del piso 14, en la habitación multipropósito sala de espera, sala de preproducción, aguantadero–, un grupo de jóvenes estudiantes (en ese momento, el lenguaje inclusivo no era siquiera un escenario de ciencia ficción) esperábamos para poder entrar al estudio.
Luego de dos meses de preparación, ya estábamos listos para dar comienzo al primer programa de sociólogos de la radiofonía argentina. Primero y único, por el bien de los oyentes. En un alarde imaginativo y semiótico lo nombramos “La grasa de los capitales”. Todo dicho.
Pocas semanas después. Mismo lugar. El nombre seguía pero, con el programa totalmente reformulado, ingresamos al departamento con nuestros casettes con música, entrevistas grabadas, las notas para las columnas, un precario guión. En el salón de preproducción, nos encontramos con un señor mayor (muy mayor para nuestros veintitantos años recién comenzados), sentado en el sillón-cama-diván, monologando con una voz aguardentosa sobre los deseos, los excesos, las pulsiones. Era Enrique Symms y junto a él, todo un universo de periodistas de medios under o alternativos, actores y actrices del Parakultural, músicos/as de grupos emergentes, trabajadores en lucha sin prensa se acercaba ahí, a la tribu de tribus, para dar a conocer sus voces. 

Separador 2: “Un atentado cultural en los 90”
Octubre o noviembre de 1990. Lambaré 873. Barrio de Almagro. Crear un medio de comunicación y tratar de hacerlo en secreto se presentaba como una tarea un poco más difícil de lo que la lógica podía hacer suponer. Así que, un año después de las primeras transmisiones, FM LA TRIBU cambió de dirección.
La Ley de Radiodifusión seguía siendo la misma de la dictadura, aquella que impedía que agrupaciones no comerciales pudieran acceder a una frecuencia. Sin embargo, parecía que luego de un período de decomisos y clausuras, el control político y económico se había relajado un poco. Fue así que la radio se instaló en un centro cultural y a partir de ahí, al tener una dirección y una casa, pudimos empezar a salir a la calle.
Agosto de 1993. Bar de los Caminantes (a tres cuadras de la Tribu). Un grupo de amigos jugábamos al tute sí, al tute mientras esperábamos a Perikles, el operador a cargo de la transmisión. En la radio sonaba “Quemen los bosques”, un excelente programa de humor político que se definía irónicamente por ser “anti-ecologista”.
En eso escuchamos: “esto se está llenando de humo”. Tardamos bastante en darnos cuenta que no era una broma más sino que, efectivamente, se estaba incendiando la radio. Corrimos y nos encontramos que una bomba molotov había sido arrojada contra la puerta de entrada.
Sensaciones encontradas: angustia por lo que pudo haber pasado y que, gracias a la “pericia” de Perikles leyendo las instrucciones del matafuego, no sucedió y, por otro lado, el descubrimiento de que en pleno reinado neoliberal menemista, una radio comunitaria molestaba.
A partir de ese momento, y con el apoyo de mucha más gente que comenzó a escucharnos, sin cambiar los equipos, pudimos amplificar la potencia. En vez de irnos al mazo, decidimos ir a más.

Separador 3: “El ´94 empieza en la calle (Imaginate dónde termina...)”.
31 de diciembre. La Tribu. Lambaré (entre Sarmiento y Bogado). Fiesta de fin de año en la calle con una cantidad de gente que aumentaba año tras año, para bailar y brindar. Sobre todo, brindar.
Con el tiempo, llegó la murga y llegaron los carnavales, se sumaron los chicos de escuelas primarias con los talleres de “La Tribu va a la escuela”, las campañas, el Club de Oyentes, los becarios alemanes que venían a aprender a hacer radio comunitaria, un intento de canal de tv, encuentros, asambleas. Artistas invitados a tocar en el espacio cultural: Manu Chao, la Mississipi, Hermeto Pascoal zapando durante dos horas en el “auditorio”.
La ley de radiodifusión de la dictadura seguía pero diversos grupos se organizaban para conseguir una nueva legislación, para disputar el control de la comunicación que detentaban las grandes empresas, para que la homogeneidad mediática imperante se viera aunque fuera mellada. Y finalmente llegó el P.P.P. (el Permiso Precario y Provisorio) que nos autorizaba a seguir haciendo uso de la frecuencia sin amenazas.

Separador 4: “Apagá la tele y hacé tu propia radio”
Diciembre de 1999. Fiesta de La Tribu. Barrio de Almagro. Miles de personas festejan la llegada del nuevo siglo con profecías apocalípticas y milenaristas incluidas. En realidad, el apocalipsis temido detonó más de un año después.
Pero sí fue mi último año de trabajo ahí. La radio de los jóvenes ya empezaba a necesitar nuevas generaciones, nuevos sonidos, nuevos lenguajes.
Y comencé a buscar otros horizontes.
Pasaron el 2001 y el 2002.
Más tarde, llegaron los doce años en los que se reinventó la utopía y la posibilidad, por fin, de una nueva ley de servicios de comunicación audiovisual.
Ahora, la ley está bastante cascoteada.
Aún así, La Tribu sigue.

Final con nuevo separador (o nuevo separador para el final)
Junio de 2019. Calle Lambaré. Barrio de Almagro. Fiesta de los 30 años. Me reencuentro con amigues, compañeros y compañeras: Ana, Marina, Valerita, Ricky, Ernesto y algunas otras caras conocidas de aquellos tiempos.
Suenan bandas nuevas, el escenario tiene una pantalla LED.
En un momento se acerca un pibe a nuestro grupo y saluda en general.
“¿No lo reconocés? Es Manuel, el hijo de Ernesto”, me dice alguien.
No sé qué murmuro, si “qué grande que estás” o “yo te vi nacer” o alguna obviedad de ese estilo.
Pero mi cara debe decir mucho más.
“Y sí, tiene veintidós años”, agrega ese alguien.
Veintidós años.
La edad en que comencé a descubrir que “para que haya fuego, se necesita AIRE”.  
                                                                                                                                     Sylvia  Zapico
             

                                                                                                                
       




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