The Visit – M. Night Shyamalan “Un cuento de hadas”


                                                                                                       por Sabrina de Dios

“The Visit” (2015), que –curiosamente- en Argentina se estrenó con su nombre original, es el último aporte al cine de M. Night Shyamalan. El director, luego de sus dos primeros éxitos  (Sexto Sentido, 1999; El Protegido, 2000), había sido bastante castigado, tanto por la crítica especializada como por el público (sus dos últimas películas “El último maestro del aire”, 2010 y  “After Earth”, 2013, fueron dos fracasos estruendosos). Esta vez, Shyamalan, que jamás logró superar ni equiparar las expectativas que se posaron sobre él después de Sexto Sentido, parece haber vuelto al camino correcto. “The Visit” lo trajo de vuelta.
            Se trata de una película de terror -para los cánones de Hollywood- de bajo presupuesto (5 millones de dólares). Fue filmada con la técnica narrativa “Foud-Footage”, que propone  que los eventos sean vistos a través de una cámara que forma parte de la escena al ser manipulada por uno de los personajes (la idea del falso documental cámara en mano cuyo antecedente más conocido lo hemos visto en “The Blair Whitch proyect”). Con esta técnica el espectador recibe la misma información que el personaje que filma.
            En “The Visit” un par de hermanos adolescentes, Rebecca y Tyler (respectivamente los actores Olivia De Jonge y Ed Oxenbould) parten a conocer a sus abuelos maternos que viven en el campo. Su madre  (Kathryn Hahn) se fugó del pueblo, a los diecinueve años, enamorada de un profesor mayor que ella. Su padre (el profesor) los abandonó por otra estudiante menor aún que su madre. Rebecca aprovecha el viaje para realizar un documental para curar viejas heridas, en el que pretende conocer más acerca de la vida anterior de su madre, descubrir los motivos de la distancia y la falta de comunicación entre ella y sus padres. Así, toda la historia se percibe a través de la cámara en mano de esta adolescente.
            Al pueblo al que viajan se llega en tren. La casa a la que van –inmensa, de madera vieja y crujiente- está en el medio de la nada. Hay un cobertizo apartado. Es invierno, el cielo es gris, hay hielo, grandes extensiones de nieve y árboles esqueléticos a la distancia. La atmósfera es de aislamiento, de terror indudable.
            Los abuelos aparecen, en principio, entre encantados por la visita y parcos por la vida de campo. El abuelo  John (interpretado por Peter McRobbie), parece perder el sentido de realidad por momentos.  La abuela Doris (Deanna Dunagan) sufre del llamado “síndrome vespertino”, por lo cual su modo de actuar es algo extraño de noche. Ambos comportamientos –que no tardan en aparecer- aparentan estar relacionados con la vejez. Nada que los niños no estén capacitados para comprender. Pero además, ellos mismos tienen sus propias neurosis. Tyler sufre una fobia a los gérmenes que lo obliga a higienizarse las manos compulsivamente cada vez que toca algo. Rebecca evita mirarse a sí misma en los espejos. Ambas patologías se presentan, o se interpretan, como resultado de la ausencia del padre, del abandono. Esta construcción de los personajes, por momentos, funciona en la película como aglutinante. Los abuelos hacen cosas raras, los niños hacen cosas raras, en esta familia cada loco con su tema, habrá que ver que quiere decir todo eso. Shyamalan despista para que el truco final sea más efectivo. Pero no es un director mezquino, no abusa de las distracciones, equilibra su uso con pistas a las que, obviamente, uno logra dar sentido demasiado tarde.
            El uso de la tecnología es un gran hilo conductor de esta historia. Los niños se comunican con su madre por medio de Skype, mientras ella aprovecha esa misma semana para disfrutar de un crucero con su flamante pareja. En el campo donde viven los abuelos la señal para los teléfonos móviles es escasa o nula.
            Así, la historia se desarrolla cámara en mano de Rebecca y, ocasionalmente de Tyler. Rebecca comprende –a veces con temor, otra con ternura-  la situación de los ancianos, Tyler sospecha todo el tiempo que algo extraño sucede más allá de la senilidad, en el sótano, en el pozo de agua del fondo, en el cobertizo. Tienen que aguantar la semana que dura la estadía, porque se comprometieron a hacerlo, y para darle aire a su madre en su nuevo romance. Entre momento de tensión y momento de tensión aparece el humor –bastante negro por cierto- siempre alrededor de la vejez,  la locura e incluso la escatología.
            Entre todos elementos narrados aparecen otros detalles, no menos importantes, que terminan de dar sentido al golpe final, el dato que retuerce toda la interpretación previa o las especulaciones sobre las que el espectador está construyendo la historia.
            Con “The Visit”, Shyamalán vuelve reavivar la promesa del terror que dejó latente más de 15 años atrás. Aunque él prefiera hablar de una gran comedia negra, o de un cuento de hadas moderno, una referencia a Hansel y Gretel. Sólo el viaje hasta un lugar desconocido para pasar un tiempo con tus abuelos, a quienes nunca viste antes, ya es un entorno de cuento de hadas”. Por suerte par a él –y para el público- los cuentos de hadas tienen la cuota suficiente de oscuridad y cinismo siniestro como para convertirse en el mejor cine de terror.

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